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lunes, 22 de octubre de 2007

De visita

He estado de visita en Mar del Plata durante casi tres semanas. Estas son algunas de las impresiones de mi viaje, en lo que hace a la situación del país.

Lo primero que noté fue que la viveza sigue estando a la orden del día. No sólo Tienda León nos cobró dos precios diferentes a un compañero de vuelo y a mí para ir a Retiro, sino que al poco rato un changarín se ofreció a llevarnos el equipaje por un pago "a voluntad" - sólo para decirnos a los pocos metros que cada una de las valijas que habíamos cargado costaba 5 pesos (las bajamos, aunque sólo fuera por indignación). Que un cortado cueste lo mismo en Retiro que en el lujoso aeropuerto de Barajas (Madrid) también creo que es una avivada.

Me llamó también mucho la atención algo que no sé si calificar como corrupción o estupidez: un servicio de tranvía en Puerto Madero. Soy el primero en defender que se debe mejorar el transporte público. Pero este tranvía no representa eso, ya que está instalado en una zona donde los únicos que no tienen auto son los pocos turistas que van paseando. No entiendo cómo se puede congeniar esto con el hecho de que los ferrocarriles estén saturados de gente (y a la vez subsidiados), o que el subte de Buenos Aires lleve años a la espera de una expansión. Es corrupción en este sentido: desviar el dinero de la gente hacia algo que no los beneficia. Pero es estupidez en cuanto sale alguien a defenderlo como una medida de promover el turismo. Porque Puerto Madero sólo tiene restaurantes. Hay que ser un porteño ombliguista para pensar que algún europeo se va a caer de culo al ver el lujo de la zona. De una vez por todas: el lujo en argentina es una imitación patética, y cuando vean a un rubiecito caminando con una sonrisa en la cara, no es que esté feliz de encontrarse entre galpones, sino que se ríe de la vanidad porteña. Además, si supuestamente los trenes (llenos de gente) dan pérdida, ¿dónde está la perspectiva comercial de un tranvía semivacío?

Poco después tuve una impresión agradable: estaban mejorando la autovía 2, o al menos estaban trabajando en ella. Hay esperanzas, me dije. Sólo para poco después desilusionarme con la increíble dejadez que supone no haber hecho nunca nada para evitar que se inunde la zona más fértil del país. Porque a ambos lados de la autovía se extendían auténticos lagos, y hasta tuve ocasión de ver a un par de vacas muertas. Que no se me malentienda: no quiero que se me oculte esto, sólo querría que se solucionara. Atar con alambre ya no me parece divertido.

Lo que yo aún estaba empezando a intuir se confirmó unos días después. Mar del Plata es probablemente la cuna de la dejadez. Sin el dinero fácil de Capital Federal, sin la posición política de La Plata, tiene los mismos males que el resto de la provincia pero sin posibilidad de (ni interés en) maquillar su imagen (que es una aspiración menor a ser una ciudad auténticamente mejor). Ejemplos sobran, aunque sólo es necesario caminar un poco por sus calles. No hay cestos de basura, ni siquiera en el centro. Mi barrio, que en mi recuerdo era algo bastante prolijo, se me mostraba ahora en decadencia. Sigue sin haber esquinas, sólo un barro con charcos de agua. La basura que no ha podido volar envejece en las veredas. El asfalto está peor que nunca: por el momento, sólo se salvan de los baches tres avenidas céntricas. Las calles ya no son ni siquiera barridas, con la esperanza de una próxima lluvia lo suficientemente fuerte para llevarse la mierda pero no tan fuerte como para que todo se inunde y la mierda flote. Porque allí a nadie le interesa quitar el polvo que se va depositando sobre la superficie de las cosas. Si no se puede ver nada en el micro, no importa. Si la palmera se ha muerto, ya desaparecerá sola. Si el vuelo de Aerolíneas Argentinas tiene que hacer escala en Fortaleza porque hace un mes que no cambian el medidor de combustible, es normal, "es que esto es Argentina".

Ya estoy cansado de esa resignación complaciente que significa decir "la Argentina es una mierda". Decir esto no lo hace a uno más inteligente. Es un lugar común que suele enmascarar mediocridad o cobardía. ¿Por qué mediocridad? Porque decir que Argentina es mediocre (y lo es) suele significar: "todos somos mediocres. Esta mediocridad es normal. De hecho, es el camino a seguir: quiero que seas mediocre a mi manera". ¿Por qué cobardía? Porque también es una excusa para "quedarse en el molde" cuando uno podría haber hecho algo y no se atrevió a hacerlo: "delante mío le robaron a esa señora, y no había ni un sólo policía. Argentina es una mierda".

De hecho, me sorprendió el comentario de unos amigos míos de que Argentina ya no quiere un Salvador. Ya era una mala idea esperarlo, ya que el mundo no se comporta como la Iglesia querría, pero al menos esa esperanza infundada era una forma de vitalidad. Ahora priman las ideas de que "nadie puede solucionar argentina", de que hay que sobrevivir mientras sea posible. ¿Y cuando sus habitantes no sean más que unos zombies fumadores de paco? No hay respuesta a esto (bueno, sí: que el paco garantiza una muerte rápida, en no más de seis meses). Yo intenté presentar una visión más europea, buscando una refutación, pero sólo conseguí escepticismo. Hay una gran desilusión, y sólo unos pocos proponen soluciones. Pero esas soluciones son inviables, porque ya han fracasado en el pasado: un orden social católico o evangelista (para clase media y baja), o el aislamiento ficticio en un barrio cerrado (para la clase alta). Digo aislamiento ficticio porque están sujetos a todas las consecuencias de los problemas sociales y económicos que hay fuera del barrio. Y sobre la patológica esperanza de que Argentina mejore con un orden social católico ya escribiré.

Una costumbre que me sorprendió mucho es la de hacer esperar sin razón. Atender rápidamente parece ser de "boludos con miedo a que los echen". Es una constante en todas partes: el Colegio de Escribanos (tres personas y ninguna atendiendo), la Universidad, los cafés, las ventanillas de venta en Retiro... La situación más extrema fue cuando entré a comprar un celular. Sólo estaban dos de los dueños. El que estaba detrás del mostrador me pidió que esperara y empezó (sí, empezó) a hablar con el otro de cómo le gustaba ver los partidos el domingo: con unos pochoclos al alcance de la mano, de tal marca, y luego pasó al típico repertorio machista de cómo se deshacía de su mujer para poder ver los 90 minutos en paz. Al menos 5 minutos así, e incluso, cada tanto, me miraba sonriendo, como esperando que yo me riera de sus gracias.

Este hacer-esperar forma parte de algo aún más global: la sensación de que un argentino, casi por definición, se caga en los otros argentinos. Por ejemplo, en Mar del Plata es obligatorio comprar una tarjeta para viajar en ómnibus. Pero la venta (o recarga) de esas tarjetas es imposible después de que han cerrado los comercios. Todavía más: yo tuve que caminar 700 metros y preguntar en tres lugares hasta encontrar el sitio donde las cargaban (en uno de ellos, incluso, me hicieron esperar 10 minutos, y en otro me pusieron mala cara porque eso significaba que me iría al quiosco de la competencia, como si eso fuera mi culpa).

Otro ejemplo: en Mar del Plata han "mejorado" el sistema para renovar el carnet de conducir. La última vez perdí 8 horas, distribuidas en dos días: 5 horas el primero para que me sacaran una foto, y 3 horas el último para recoger el carnet (que se suponía que ya estaba impreso). Ahora es mucho mejor: hay que pedir turno por teléfono para ir a hacer el trámite. Sólo que es imposible conseguir que te contesten. He llamado, y llamado, y finalmente regresé a España sin haberlo podido renovar.

Y aún más: creo que ese cagarse en el otro parte de algo más profundo: del deseo de que al otro le pasen cosas malas. Ya había olvidado ese "¡que se joda!", que viene a significar: es justo que el otro sufra, sea porque no ha sido lo suficientemente vivo, o porque está en una situación desfavorable. Si uno viene con una valija y no hay una sola rampa en las esquinas para poder desplazarse rápidamente, que se joda por venir de España. Si uno se quiebra una pierna en una escalera mal hecha, que se joda por boludo. Por el contrario, yo creo que todo el mundo se merece vivir dignamente, sea sentado en una silla de ruedas o no. Al menos, se le debe poder garantizar que pueda moverse, comer, vivir y trabajar libremente. Argentina no garantiza esto, y no tiene la voluntad de hacerlo, porque el que no puede es porque se lo merece.

Ya seguiré escribiendo en otra ocasión. Mucha suerte a todos, después del 28 de octubre la van a necesitar más que nunca.

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